Por: Consuelo Mucientes Medina; Psicóloga infanto juvenil
Colaboradora de Escala Común
En otros tiempos, la instalación de medidas para aislar a niños y niñas del espacio público y sus rutinas sociales, así como exponerlos a información que les genere miedo y terror, constituiría un acto de maltrato emocional infantil. Al ver restringidas las posibilidades (progresivas) de mayor autonomía y determinación en estos/as niños/as, quienes ejercen como profesionales de la salud se verían en la obligación ético – legal de actuar y activar las redes de protección de derechos. En cualquier otro contexto, dentro de nuestro país, el encierro o confinamiento en sí constituiría una amenaza al bienestar integral de la infancia.
Hoy, sin embargo, nos encontramos al otro lado del espejo. El encierro se ha ido normalizando progresivamente durante los últimos meses a nivel colectivo, bajo la premisa de cuidar al otro, tanto como a uno mismo. En definitiva, surge de la solidaridad como responsabilidad social ciudadana, a partir de los aportes e indicaciones que la ciencia realiza para el bienestar de la humanidad.
¿Que ha implicado esto para la infancia?
A ratos se presentan visiones más románticas de la Cuarentena y el aislamiento social, y si bien es cierto que emergen grandes recursos adaptativos y de aprendizaje en los momentos de ocio a través del juego, los niños y niñas también se encuentran haciendo frente a una gran crisis.
La organización internacional Save the Children recientemente realizó un estudio entrevistando a más de 6000 niños/as durante este período, en cinco países de alto ingreso per cápita. En Finlandia, se identifica que el 55 por ciento sentía fatiga, y 7 de cada 10 menores, así como un cuarto de los participantes del mismo estudio, pero en Estados Unidos, sentían ansiedad. En el Reino Unido en tanto, casi el 60% de los niños y niñas encuestados temía que un pariente pudiera enfermar, y en Alemania 3 de cada 10 estaban preocupados por no poder terminar el año escolar. En España, se identificó que 1 de cada 4 niños presenta ansiedad durante el aislamiento, y que en 4 de cada 10 hogares los niveles de estrés y problemas de convivencia se han incrementado considerablemente, así como las dinámicas de violencia física y psicológica hacia la infancia.
Los niños/as se han visto afectados por el cambio de no ir presencialmente a su centro educativo, por tener que adaptarse al formato de clases online desde su hogar, sujetos a disposiciones ministeriales abruptas que han significado la pérdida de espacios colectivos de encuentro en la ciudad, y por verse confinados en ambientes de alto estrés. Esto es aún más preocupante considerando que muchos se encuentran viviendo esta situación en malas condiciones de habitabilidad de sus hogares.
Si bien estas situaciones siguen, no se ha tomado el peso real de lo que implican hoy y a largo plazo para la infancia, y por supuesto, para quienes les cuidan. Dentro de esta crisis sanitaria, los niños y niñas han sido denominados “vectores de contagio”, pero no son considerados “población de riesgo”. Lo cual en una crisis sanitaria de esta envergadura, esto genera que en primera instancia los niños y niñas no sean prioridad. De esta manera, es comprensible como se han adoptado medidas sobre la marcha que parecen naturalizar su plasticidad y capacidad de adaptación como un recurso más y una externalidad negativa menos. En conjunto con esto, la premisa de que una persona asintomática es una persona “saludable” todavía impera fuertemente en Chile y durante esta crisis sanitaria no ha sido la excepción. Si hay algo de lo que hemos sido testigos durante esta Pandemia, es de los efectos que puede provocar esta visión en la gestión de la salud.
Estos elementos, juntos, permiten hacer una radiografía del presente en cuanto a la escasa e invisibilizada gestión de la salud mental en la infancia chilena. Estas dos premisas llevan a las instituciones, tanto como a las personas a no preocuparse oportunamente de su salud, y sólo sospechar cuando aparecen síntomas. Así mismo, evidencian las principales razones por las que Chile viene arrastrando una crisis de salud mental desde hace tiempo. En el caso de la infancia, grupo social que históricamente ha sido desplazado e invisibilizado, esto no es excepción. En esta crisis sanitaria, ellos/as han pasado a ser “los más asintomáticos”.
Hoy, la pérdida de los espacios públicos resuena fuertemente en los adultos, ¿Por qué habría de ser distinto en los niños/as?
Si bien pueden aprender y experimentar lúdicamente, e internalizar la importancia de la solidaridad con la comunidad, esto no debe confundirse con ausencia de conflicto. Se requiere de ambientes facilitadores, figuras de cuidado y factores protectores que den espacio a estas prácticas.
Se han hecho esfuerzos desde los establecimientos educacionales, por ejemplo, que han solicitado a profesionales elaborar guías de orientación que sean de fácil acceso para los padres y madres, que apunten a mejorar la interacción dentro del hogar y disminuir los niveles de estrés en las relaciones interpersonales. Esto resultaría óptimo, si tan sólo fuera suficiente que una persona pase a incorporar hábitos y acciones al tomar conocimiento de las recomendaciones. Y por otro lado, estas guías tampoco son un dispositivo que logren abordar una de las problemáticas centrales: la desigualdad del espacio físico del hogar de cada niño/a. Esto no significa que dichos instrumentos sean innecesarios o poco útiles, sino que el abordaje del problema debe ser mucho más profundo y sistémico.
En un país que enfrenta una crisis profunda de desigualdad, el mandato del Ministerio de Educación de clases virtuales no llega a todos/as los niños/as de igual forma. No sólo por la materialidad de los dispositivos electrónicos, por cierto, sino en general, debido a una falta de recursos para poder improvisar espacios óptimos para el aprendizaje y que les puedan proveer a los niños/as una sensación de continuidad durante estos momentos de incertidumbre. Difícilmente se puede comparar la previsibilidad de contar a diario con una pizarra con plumones y un/a profesor/a cuya única labor es propiciar el aprendizaje, a tener que estar buscando un lugar dentro de la casa donde poder instalarse sin ruido y sin ser molestado/a.
La materialidad del espacio en el que viven las infancias de Chile también marca su vida emocional y desarrollo psicosocial. Las condiciones de hacinamiento, la segregación y violencia urbana, así como el escaso acceso a servicios, son sólo algunos factores que previo a la pandemia ya generaban que niños y niñas se sintieran inseguros de acceder a sus espacios públicos.
Durante este período, marcado por la grave crisis sanitaria que vivimos, no sólo debemos pensar en el estado emocional de la infancia desde la sintomatología. La problemática de salud mental, asociada al largo período de encierro, nos obliga a pensar en cómo se relacionaba previamente las infancias al espacio público y sus viviendas.
Así mismo, despierta la pregunta por las condiciones que facilitan el desarrollo integral de la infancia en los espacios públicos, la relevancia que tiene la comunidad en su bienestar y que podemos hacer para re vincularlos al espacio. Esto sería, tal vez, una lectura distinta de un “ambiente facilitador”. Posterior a la pandemia, en el momento en que todos/as estarán deseando salir y disfrutar los espacios públicos, debemos pensar como facilitar mejores espacios para la infancia. Hoy por hoy, la posibilidad de la que la infancia (y el mundo adulto) perciba un mundo que no está constantemente amenazado por fenómenos del calentamiento global o pandemias es bastante distante, y depende de nuestras acciones que mejore.
Hoy nos encontramos avanzando hacia los tres meses y medio de aislamiento social y cuarentena, voluntaria u obligatoria. El aumento crítico de casos de COVID19 en nuestro país, producto de medidas sanitarias insuficientes, da luces de que la situación de aislamiento continuará; y con esto la incubación de una fuerte crisis sanitaria de salud mental que poco a poco se irá haciendo escuchar.
En vistas de esto, más que prudente, se vuelve necesario adelantarnos y atender la crisis de salud mental infantil en el presente, como también integrar una lectura más compleja del problema. Esto requiere entender la relación entre espacio público y salud mental en la infancia, qué experiencias se irán configurando durante y posterior a esta pandemia, para así poder actuar oportunamente.
Es importante comprender cómo se están organizando (y esforzando) las familias con niños/as para equilibrar los altos niveles de estrés asociados a la incertidumbre en el mejor de los casos.
En muchos casos haydespidos, recorte de ingresos, escasez de alimentos y otros factores. Por tanto, es importante dar un espacio a ambas caras del espejo: aquella capacidad de adaptación impactante propia de la infancia que es tanto un aporte tremendo como un recurso, al igual que la crisis de la que también son parte y como les está afectando a nivel de salud metal.
En definitiva, se trata de que durante la experiencia de vivir una crisis tan repentina, importante y multifactorial como la que se presenta, hagamos un esfuerzo por adelantarnos y repensar estrategias de prevención y promoción de la salud mental de la infancia. Una de estas dimensiones que puede traducirse en un bienestar a largo plazo tiene estrecha relación a la experiencia urbana y de vivienda. Para lograr abordar esto, se requiere de organismos públicos, privados y el gobierno trabajando en conjunto para elaborar propuestas prontas y que de seguro no sólo aliviarán a niños y niñas, sino también a sus cuidadoras y cuidadores.
Prestando atención a los “asintomáticos”, quizás podamos prevenir otra crisis.